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MI PEQUE�A ISABELA

Ten�a yo 19 años en aquel entonces, y estudiaba en uno de esos colegios para niños de clase alta en un puerto del Pac�fico mexicano (Acapulco), cosa que no me gustaba del todo, porque los profesores eran bastante estrictos con los alumnos.



Ahora bien, lo bueno del asunto era que, en el colegio, hab�a unas chiquillas sumamente hermosas. Algunas de ellas proven�an de aristocr�ticas familias extranjeras, residentes en el pa�s. Otras, en cambio, eran hijas de personas que cumpl�an labores diplom�ticas en los consulados del puerto, o bien, hijas de magnates, hoteleros, inversionistas, pol�ticos y profesionales destacados.

El ambiente escolar, seg�n recuerdo, era agradable. Aunque a veces, como sucede en muchos colegios, se volv�a un tanto tedioso y aburrido, para mi gusto de adolescente.



No obstante, las cosas marchaban espl�ndidamente para m� en el colegio, puesto que lograba llevarme a las mil maravillas con mis compañeros y compañeras, y �stos sol�an de vez en cuando invitarme a una que otra fiesta, a la playa (que era un lugar m�s interesante por los bikinis que pod�a admirar con mis amigos), y, desde luego, al cine.



Y �ste es, precisamente, el lugar en que ocurri� mi aventura. Una aventura que, pese a que la viviese Hace ya tanto tiempo, sigue muy clara en mi memoria.



Sucedi�, pues, que un d�a mis compañeros me invitaron a una fiesta, a la cual asist�. Era la «tradicional» fiesta de «Champagne» del colegio (de lo m�s aburrida que se puedan imaginar, ya que se premiaban las hazañas de los estudiantes destacados en deportes).



Asist� solamente porque quer�a ver qu� pescaba por all�, y para mi propia sorpresa, result� que pesqu�.



Conoc� a una jovencita preciosa de nombre Isabella, que era hija de un matrimonio argentino, que ten�a varios años de haber emigrado de Buenos Aires a M�xico, y sus pap�s hab�an decidido establecerse definitivamente en el puerto.



En la fiesta, Isabella no tard� en conquistarme, debido a que ten�a los ojos azules m�s bellos que yo hubiese visto jam�s.



Pero, trat�ndose de su figura, no me impresionaba mucho que digamos. El cuerpo de Isabella no parec�a dar muestras de querer desarrollarse.



Era flacucha y sus senos apenas si pod�an distinguirse tras la tela de sus blusas. Adem�s, ten�a en los dientes unos frenillos horribles y usaba unos lentes tan gruesos y grandes que le dar�an miedo a cualquier cient�fico loco.



Pero dice un viejo refr�n: «no hay mal que por bien no venga», y, en este caso, ese refr�n se cumpli� al pie de la letra.



Bueno, como tampoco yo era un «adonis griego», Isabella termin� siendo mi novia. Pero �ramos unos novios muy especiales.



Dif�cilmente demostr�bamos el afecto o la atracci�n que sent�amos el uno por el otro. O, mejor, dicho, nunca pasaba «nada de nada» en nuestra relaci�n.



Ni siquiera hab�a tenido el valor de darle un besito en la boca. ¿No les parece eso «imperdonable»? ¡Y es que yo carec�a de toda inspiraci�n! Una carencia total. ¡Mi novia era un tallar�n!... Y yo, un t�mido principiante, que hab�a recurrido al viejo truco de la carta para pedirle que fuese mi novia. ¡Dios! Sucedi�, pues, que la invit� un d�a viernes al cine.



Exhib�an en la exitosa pel�cula «Gente como Uno». Un trist�simo drama sobre la historia de una familia americana com�n y corriente.



Qued� de pasar a recoger a Isabella a su casa a las cinco de la tarde. La pel�cula comenzar�a a las siete y media de la noche. Calcul� que tendr�amos suficiente tiempo para llegar en taxi al cine, comprar los boletos y quiz� tomarnos un caf� antes de meternos a ver la pel�cula.



Pens� que aquella ser�a una noche igual de aburrida que las otras en que hab�a ido al cine con Isabella, pero gracias a Dios no fue as�.



Me arregl� lo mejor que pude para la ocasi�n, pensando que al pasar a recogerla a su casa, forzosamente tendr�a que conocer por vez primera a sus padres.



Llegu� por fin a la casa de Isabella y toqu� el timbre. Isabella sali� a abrirme, y no tard� en decirme que habr�a una pequeña modificaci�n en nuestra salida al cine.



Dijo que ir�amos, pero que nos acompañar�a su mam�. Al o�r aquello estuve a punto de decirle a Isabella que mejor lo dej�ramos para otra ocasi�n cuando en eso apareci� Laura Iriarte, la madre de Isabella.



Se present� muy cordialmente, pregunt�ndome que si no me importaba que nos acompañara al cine, explicando que su esposo hab�a tenido que ir a la capital por tres d�as en un viaje de negocios, y que ella ten�a muchos deseos de ver la pel�cula «Gente como Uno».



Me qued� tan turbado de la emoci�n al verla que no me fue posible responder enseguida a su pregunta.



Nunca hubiera imaginado que la madre de Isabella fuese una mujer tan hermosa. Era de pelo castaño y ojos color miel.



El pelo le ca�a en cascada sobre los hombros. Ten�a, adem�s, un busto maravilloso, y las piernas y caderas m�s torneadas que yo hubiera visto en el puerto.



Iba vestida con una blusa blanca, y una falda larga color azul marino, que se abotonaba por la parte de enfrente desde los pies a la cintura. Usaba unas zapatillas de charol negro de tac�n alto, sin medias, esto debido quiz�s al intenso calor tropical que se dejaba sentir aquel verano.



Le respond� de inmediato que no tendr�a el menor inconveniente en que nos acompañara. Sonri� delicadamente y me dio dulcemente las gracias con su sofisticado acento argentino.



Nos dijo que nos subi�ramos al coche. Isabella se sent� junto a ella en el asiento contiguo al volante. Yo me sent� en la parte de atr�s.



La señora Iriarte, cada vez que ve�a con el espejo retrovisor, me sonre�a y me guiñaba un ojo. Pens� que bromeaba conmigo por saber que era el novio de Isabella.



Finalmente, llegamos al cine. No hab�a mucha gente haciendo cola. Antes que tuviera tiempo de sacar mi cartera para comprar los tres boletos, la señora Iriarte le dijo a Isabella que se formase en la fila para comprarlos, argumentando que de esa manera tratar�a de compensar que la dej�semos venir con nosotros.



Isabella la obedeci� con evidente alegr�a. Se notaba que estaba ansiosa por ver la pel�cula, pues unas compañeras del colegio le hab�an dicho que el h�roe de la pel�cula era muy bien parecido.



En cuanto Isabella se form� para comprar los boletos me qued� a solas con la señora Iriarte, ella me pregunto sonriente: "¿As� que vos sos el novio de Isabellita?" "S�, señora Iriarte... Siempre y cuando usted nos d� su consentimiento de que lo seamos", respond� temeroso e inquieto por la forma en que ahora me miraba. "Vamos, vamos - explic� ella, pas�ndose la uña color rosa de su dedo �ndice por los labios de brillante color carm�n -, no me digas tan formalmente «señora Iriarte» .Puedes llamarme simplemente Laura".



En eso est�bamos cuando regreso Isabella con los boletos. Cada uno tom� el suyo y sin m�s entramos al cine.



Les pregunt� si quer�an comprar refrescos o caramelos antes de entrar a la sala. Laura dijo que s�, y le pidi� a Isabella que fuese a comprar los refrescos y las palomitas de ma�z.



Cuando Isabella regres�, cada uno tom� lo suyo y nos metimos a la sala a ver la pel�cula. Ya hab�an apagado las luces y estaban poniendo los cortos de los pr�ximos estrenos.



Resulto que al sentarnos, yo qued� en medio de las dos. A los pocos minutos dio comienz� la pel�cula. Isabella se concentr� tanto en lo que ve�a que perdi� completa noci�n de lo que estaba sucediendo a su alrededor.



Yo miraba a Isabella y a Laura de reojo, discretamente. Isabella parec�a estar hipnotizada. Su mirada se perd�a en los paisajes de bosques solitarios y m�sica con que daba comienzo la historia.



Laura, por su parte, jugaba con la lengua la pajilla de su refresco. Pens� que lo m�s recomendable era concentrarme en lo que ve�a, para no hacer algo de lo que despu�s tuviese que arrepentirme.



De pronto, sent� la pierna derecha de Laura golpeando levemente contra la m�a, y su zapatilla rozaba tambi�n con suavidad mi zapato. Respond� al golpeteo con la misma pierna que me golpeaba Laura.



Luego, baj� mi mano a la altura del bolsillo de mi pantal�n y roc� muy despacito el muslo de ella, quien ya para entonces hab�a dejado inm�vil su pierna.



Segu� con la exploraci�n de mi mano, hasta que toqu� uno de los botones delanteros de su falda, el cual se hallaba a unos veinte cent�metros por debajo de su cintura.



Temeroso de lo que hac�a, me detuve para mirar otra vez de reojo a Isabella, que al parecer segu�a embelesada con el h�roe de la pel�cula.



Tom� el suficiente valor y saqu� con cuidado el bot�n de su ojal. Luego saqu� otro y otro m�s.



Laura recarg� cubri� mi mano con su antebrazo, y se abri� muy lentamente de piernas, sin dejar de mirar hacia la pantalla. Introduje mi mano en su falda y mis dedos se encontraron de lleno con su tanga.



Sent�a en la punta de mis dedos el calor y la excitante humedad que emanaba de su sexo y que dejaba sentirse sobre la sedosa superficie de su tanga.



Apart� uno de los bordes de su tanga y met� el dedo de en medio en su mojada vagina. Estuve varios minutos meti�ndolo y sac�ndolo y jugando con su cl�toris.



Ella se mord�a el dorso de la mano para reprimir los gemidos de placer que le provocaban el movimiento de mi dedo. Cuando sinti� que ya no pod�a m�s, retir� discreta con la otra mano mi dedo del interior de su vagina.



Se levant� dici�ndole en voz baja a Isabella que iba al baño. Yo me qued� esperando a que saliera, y le dije quedito a Isabella que iba a comprar otro refresco.



Apenas si despeg� la vista de la pel�cula al o�rme. Sal� como de rayo de la sala y volte� a ver para todas partes para estar seguro que nadie descubriera lo que har�a a continuaci�n.



Recuerdo que uno ten�a que bajar unas anchas escaleras alfombradas de diseño estilo caracol y caminar un largo pasillo para poder llegar a los baños.



Primero me met� en el baño de los hombres, a fin de comprobar que no hubiera nadie y, efectivamente, as� fue.



Abr� la puerta del baño de las mujeres, y entr�. La puerta pod�a cerrarse por dentro, as� que puse el seguro a toda prisa.



Encontr� a Laura en uno de los closets femeninos para uso del water. Estaba esper�ndome con la falda abierta. "Ven... - dijo al verme -, d�melo todo".



Empez� a desabrocharme el pantal�n con rapidez. Y en cuanto encontr� mi miembro lo mam� hasta dejarlo tan duro que parec�a de estar hecho de piedra.



Yo, mientras tanto, jugaba con sus senos, apret�ndoselos, y rozando con la punta de los dedos sus pezones. "Sigue, sigue, Laura... Ahhh... No pares, Laura, no pares...", dec�a yo entre gemidos de placer.



Laura se levant� y abri� generosamente sus piernas, recargando su espalda contra la pared. "Vos a sabr�s ahora lo que es adueñarte de una mujer. Anda, anda, met�melo dentro ya, con todas tus fuerzas", dijo ella.



Sin m�s, la penetr� tal como me lo ped�a. Tratando de complacerla en todo. Laura me llenaba de besos, en los que met�a su lengua tratando de hacerla alcanzar mi garganta.



La levant� de las caderas y segu� meti�ndosela hasta que sus labios vaginales rozaran mis test�culos. En menos de diez minutos la hice que tuviera un orgasmo.



Cosa admirable en mi calidad de novato. Aguant� lo m�s que pude para no eyacular tan r�pidamente y seguir as� disfrutando de aquellas sensaciones tan deliciosas que me regalaba su sexo, sin embargo, me result� imposible.



S�bitamente, de mi miembro salieron chorros de esperma ardiente, que inundaron su vagina.



Quedamos unos segundos abrazados, exhaustos, bes�ndonos, antes de que decidi�ramos por fin separarnos.



Laura se qued� en el baño ase�ndose y arregl�ndose el vestido. Yo sal� de all� pidiendo a Dios que no hubiese nadie afuera que pudiera verme e ir reportarme a la gerencia. Por fortuna, no hab�a una sola alma en todo el pasillo.



Me met� de prisa al baño de hombres y comenc� a lavarme el sudor de la cara y el pecho.



Escuch� que Laura sal�a del baño y, por el eco de sus pasos en el pasillo comprend� que se dirig�a a la sala. Mir�ndome al espejo, me arregl� la ropa hasta quedar impecable.



Sonre� pensando que hab�a valido la pena dejar que la madre de Isabella nos acompañase al cine. ¡Qu� suculenta vagina ten�a la señora Iriarte (Laura).



Volv� a la sala, refresco en mano, como si nada hubiera pasado. Isabella segu�a embelesada con la trama de la pel�cula, porque apenas si repar� en mi llegada.



Laura miraba ahora la pantalla con una amplia sonrisa de satisfacci�n en los labios, golpeando de cuando en cuando - con complicidad- su pierna contra la m�a.



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